domingo, 4 de septiembre de 2011

Tristes traidores



Triste Final
Concha Caballero
El País, 3 de septiembre de 2011

Nadie nos va a confesar nunca la verdad. Nadie nos contará los entresijos de esta decisión, las llamadas recibidas, la letra pequeña de esta decisión. Nunca sabremos si fue el Banco Central Europeo quien chantajeó al Gobierno con abandonar su deuda en el corral de los mercados o si fueron Angela Merkel o Sarkozy quienes llamaron al presidente de Gobierno para transmitirle algún ultimátum. En realidad, da lo mismo la identidad del mensajero. Lo importante es que, fuese quien fuese el emisario, tenía claro que sus deseos no iban a ser contrariados, ni siquiera explicados a la ciudadanía.

El presidente del Gobierno recurrió al aliado natural de estas políticas, al portavoz del Partido Popular, para reclamar un apoyo que obtuvo de forma inmediata, no en vano se suscribían por primera vez las tesis que la FAES y la gran derecha europea venía planteando desde tiempo inmemorial. Tampoco se sabrá nunca la razón por la que José Luis Rodríguez Zapatero, como un nuevo Fausto, ha vendido su alma al diablo a cambio de unas líneas elogiosas en los libros de historia que escribirán los vencedores, aunque las letras se escriban sobre la pira donde se incineran los últimos sueños de su propia organización política.

Las imágenes, en este caso, valen más que todas las palabras pronunciadas por los diferentes dirigentes socialistas en estos días. La entrada a las reuniones en las que discutieron, a posteriori, la reforma constitucional, era lo más parecido a una luctuosa despedida. Las caras de tristeza, los rostros cansados y el olor a derrota eran evidentes. Sólo los auténticos burócratas, quizá los que conocieron de antemano las decisiones y que consideran la política un juego infantil frente a los mercados, lucían impertérritos.

Realmente, tampoco sabremos por qué Rodríguez Zapatero, en calidad de secretario general del PSOE, no le comunicó su decisión al candidato de su partido hasta no tener cerrado el acuerdo con Mariano Rajoy. Alguien debería explicar cómo se ha llegado a este caudillismo de nuevo cuño, envuelto en la bandera española y en la vieja apelación de que los tiempos futuros le absolverán. Tampoco nos contarán las horas oscuras de ese día de negociación interna del PSOE; si es cierto que incluso estaba cerrado que en el texto constitucional apareciera la cifra exacta de la derrota política; si es verdad que muchas federaciones se debatían entre oponerse rotundamente a la reforma constitucional o negociar un pequeñísimo espacio para la política, dejando sin cifrar la reducción del déficit. Minúsculas esperanzas para salvar las últimas banderas.

Nadie nos contará nada, aunque sea nuestra Constitución y se trate del valor de nuestra democracia. Ya se sabe que para las decisiones económicas, las que de verdad determinan nuestras vidas, la ciudadanía es un estorbo, una rémora que dificulta el reino de los tecnócratas a sueldo y de los intereses de los sectores financieros.

Algunos intelectuales cínicos llaman "ganga utópica" a todos los artículos de los textos constitucionales que hacen referencia a temas sociales como el derecho a la vivienda o la bella declaración de que "toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general". La primera vez que escuché tal expresión me pareció indignante. Ahora han convertido también en ganga utópica la declaración inicial de que la soberanía reside en el pueblo porque han escrito con tinta invisible que excepto cuando se trate de decisiones de carácter económico.

Triste final de una difícil legislatura y torpe exhibición de la falta de alternativas ante una derecha que empuja ya descaradamente hacia el fin del estado del bienestar. Al finalizar el debate, Mariano Rajoy hizo ese gesto tan particular, ese movimiento de mandíbula con el que celebra sus grandes triunfos. Incluso se ha relamido un poco el bigote, tan satisfecho como el gato que acaba de zamparse al ratón.

lunes, 1 de agosto de 2011

La derecha más apolillada del mundo




Toda la cutrez del mundo
Juanjo Millás
El País, 17 de julio de 2011


No se trata de una foto coloreada de los años cincuenta del pasado siglo, no. Tampoco esas señoras de luto son nuestras abuelas. La instantánea se obtuvo el 23 de junio en Toledo, capital de Castilla La Mancha, con motivo de la festividad del Corpus Christi, que ya es en sí misma una celebración extraña. La religión abomina por un lado del cuerpo y por otro lo ensalza de unas maneras francamente paganas. A lo que íbamos: que esas señoras con sonrisa de cartón piedra (si se exceden, se les agrieta el yeso) no son nuestras abuelas. De hecho, la del primer plano es María Dolores de Cospedal, número dos del PP y presidenta electa de la comunidad autónoma mencionada más arriba. Por oscuras razones, decidió estrenarse en el cargo con una peineta que parece un andamio, un velo negro en el que se resume toda la España negra y un collar de perlas Majórica (si enseña tanto las muelas, es para demostrar que no está hecho con sus dientes de marfil). Por si fuera poco, mientras el Cuerpo de Cristo salía de la iglesia, una banda de nuestro glorioso Ejército tocaba el himno nacional. Como pueden suponer, en el festejo había también un obispo y numerosas sotanas. Por uniformes, que no sea. ¡Vaya mezcla! Toda la vida intentado separar la fe de la ciencia, la superstición de la sabiduría, el poder religioso del político y la música militar de la música a secas, cuando llega la Cospedal y de un solo golpe acaba con los 30 años de relativa ilustración apenas conquistados desde la muerte del Caudillo. Toda la cutrez del mundo resumida en una imagen.

La islamofobia, sustancia ideológica del nuevo fascismo



Islamofobia: el enemigo en casa
Josep Ramoneda
El País, 29 de julio de 2001

En los años treinta era el antisemitismo, ahora es la islamofobia la que canaliza los resentimientos, los miedos y las paranoias de una Europa en crisis económica, política y moral. Las dos acciones terroristas de Noruega son una señal que no debería pasar desapercibida: el peligro también está en casa. A primera hora de la tarde del pasado viernes, cuando empezaron a llegar las noticias de un coche bomba en Oslo, los primeros datos concordaban con los prejuicios establecidos: terrorismo islamista. Pero poco después, cuando se conoció que un francotirador estaba ejecutando una masacre en la isla de Utoya, se empezó a comprender que los prejuicios no ayudan al conocimiento y que la realidad a menudo no encaja con las sospechas preestablecidas.

Poco a poco el perfil de un fanático islamófobo fue reemplazando al estereotipo del terrorista islamista. La realidad se nos iba de un extremo al otro. Y cundía un cierto desasosiego: el que producen los acontecimientos cada vez que contradicen los clichés a los que ya nos habíamos adaptado.

No hay que sacar excesivas conclusiones de los argumentos de un personaje que, como demuestran sus escritos, llevaba una empanada mental considerable. Pero hay algunos -entre ellos una parte de la extrema derecha- que ha buscado a toda prisa el atajo: declararlo loco para evitar que sus políticas queden manchadas con la sangre que este ciudadano ha provocado. Quedémonos con las cosas ciertas y concretas; Anders Behring Breivik es un asesino, por confesión propia, que ha ejecutado fría y calculadamente su acción, que la considera cruel pero necesaria para sus dos objetivos: luchar contra la invasión musulmana atacando al partido socialdemócrata que ha traicionado a Noruega al ponerse a su servicio. Es decir, su acción tiene toda la estructura de "los crímenes de lógica" (Albert Camus) propios de la cultura totalitaria. Con esto es suficiente para entender la seria advertencia que representan los atentados de Noruega.

En los años treinta, unos Gobiernos "decididos en la indecisión" y "omnipotentes en su impotencia", en expresiones de Churchill, no quisieron ver las señales que se acumulaban anunciando el desastre. Ahora, en Europa, con unos Gobiernos con las mismas debilidades que tipificaba el político inglés, hay que evitar que se imponga una vez más la trágica solución de mirar a otra parte.

Los dos atentados de Noruega demuestran que el fanatismo no es exclusivo de ninguna cultura. Y que hay doctrinas cuya insistente propagación genera una bola de nieve del odio que, a partir de cierto tamaño, no hay quien la detenga. Frente a estas doctrinas no caben los esfuerzos de comprensión y los intentos de recuperación que van a su propio terreno. Ciertamente, no hay que tomar la parte por el todo: un terrorista blanco no justifica la descalificación de toda la extrema derecha, como un terrorista islamista no justifica la descalificación de todo el islam. Pero este atentado se da en unas circunstancias muy propicias al crecimiento del discurso antielitista, islamófobo y antidemocrático de la extrema derecha y en un clima de auge de estas doctrinas, como demuestran los resultados electorales en muchos países europeos. Por eso la petición de reforma de la política y revigorización de la democracia vuelve a tener a todo el sentido. Como escribía Jorge Semprún: "Es la democracia la que está en el origen de la paz, por mucho que algunos piensen lo contrario. La paz, por lo menos en su forma perversa de apaciguamiento, puede incluso ser el origen de la guerra".

Europa sufre una crisis que está empobreciendo muy gravemente a sectores de las clases medias y obreras que ya no contaban que esta pudiera ser su suerte. Europa asiste al espectáculo de la impotencia del poder político frente al poder económico que no hace sino aumentar el desprestigio de las élites, territorio favorable a los populismos de extrema derecha que se presentan como defensores del pueblo sano ante los poderosos corruptos. Europa vive en la crítica situación de ver cómo los Gobiernos rinden cuentas a los mercados y no a los ciudadanos. Europa contempla cómo, insensible a las consecuencias de la crisis, los especuladores viven instalados en el principio de que todo es posible, todo les está permitido. Y el malestar es profundo. A diferencia de los años treinta, no hay en este momento un conflicto frontal de clases. Pero el deterioro de las condiciones sociales es grande y las desigualdades se acercan a los umbrales de lo insostenible. Entonces el chivo expiatorio fueron los judíos, ahora son los musulmanes y aquellos que "les abren las puertas".

Como estos días nos muestra la prensa con sus gráficos, la extrema derecha crece hasta porcentajes cercanos al 20% en muchos países. Algunos de ellos históricos de la Unión Europea como Francia y Holanda. En España, su peso es difícil de cifrar en la medida en que una parte importante de la extrema derecha se esconde bajo el amplio manto del PP.

A la extrema derecha la protegen las libertades de expresión y de asociación y deben seguir protegiéndola. Nunca se arregla nada negando la palabra. Pero precisamente por ello hay que combatir sus ideas y no dejarse llevar por la atracción populista y por la demagogia. El discurso de comprensión con la extrema derecha es un gran error porque la legitima. Se empieza diciendo que expresan preocupaciones comprensibles de la ciudadanía y se acaba asumiendo las soluciones de la extrema derecha como propias, como hemos visto a menudo en materia de inmigración, sin que por ello la influencia de esta disminuya. La Unión Europea no puede mirar a otra parte cuando proliferan los discursos del odio y de la exclusión. Y desde luego no puede permitir que sus políticas se confundan con las de esta gente.

Lo peor que podría pasar es que de esta tragedia de Noruega solo quedarán dos cosas: restricciones a las libertades y a los derechos de los noruegos, en nombre de la seguridad; y el tranquilizador discurso de que es la obra de un loco, es decir, algo imprevisible que carece de valor de precedente. Acusarle de enajenado es una forma de quitarle de la escena: su acto ha existido, sus devastadores efectos también, pero son como un desastre de la naturaleza, que se impone como algo inevitable. Y de este modo se borra del escenario toda la sangre que ha provocado. Y se sienten inmunes todos los que podían haber sido salpicados por ella.

La seguridad absoluta no existe, aspirar a ella es un disparate, que solo sirve para restringir libertades. En Europa, estos años, los terroristas han conseguido un éxito innegable: excitar nuestras paranoias y hacernos vulnerables al recorte de libertades. Por más loco que sea Anders Behring Breivik, las razones de su acción corresponden a un clima islamófobo, antidemocrático y antielitista que está en auge en Europa. Pero este discurso no se combate recortando libertades.

Sería de desear que este atentado acabara con ciertos prejuicios. No forzosamente son los de fuera los que traen el terror, muchas veces el terror está en casa, en manos de un vecino que la gente recuerda como afable y educado, esta es la terrible banalidad del mal. Anders Behring Breivik presenta su crueldad como necesaria, todos los terroristas lo dicen. El mal radical de hoy siempre busca su justificación en el bien absoluto de mañana. Resistir al mal es precisamente combatir las promesas de bien absoluto. Y no mirar a otra parte cuando vemos pasar los cadáveres.

viernes, 17 de junio de 2011

El Chulo de Guardia y su señorito el President Sonrisas



Las razones de los toldos

Jordi Gracia
El País, 16 de junio de 2011

Parece mentira, pero no lo han entendido. Las imágenes de los acampados seguramente no bastan para quitarse de encima las costumbres felices y apacibles de una democracia próspera que ha empezado a dejar de serlo, como en otros países europeos. Demasiada gente empieza a sentir que la prosperidad es cada vez más cosa del pasado, que los recortes sociales no son papel mojado sino actuaciones políticas con efectos reales y quizá todavía algo más: que la misma clase política es la única responsable, para bien y para mal, de lo que sucede en el espacio público y no parece que tenga interiorizada esa responsabilidad ante quienes de veras están padeciendo el desempleo, las reducciones de salario o las rebajas de servicios. Eso dice el 15-M y eso decían los concentrados en la plaza de Cataluña de Barcelona imprudente y temerariamente desalojados por el consejero de Interior de la Generalitat Felip Puig.

Pero él sí ha aprendido la lección y la chulería innata y conocidísima del personaje acaba de jugarle una mala pasada. La respuesta política del consejero a las protestas por la actuación policial de hace un par de semanas la hemos tenido estos días, y sobre todo ayer miércoles en el parque de la Ciutadella, en cuyo interior está el Parlamento de Cataluña. Desde hacía días tanto Felip Puig como el resto de lectores de periódicos y medios audiovisuales sabíamos que había una concentración programada para impedir el acceso al Parlamento el día del debate del presupuesto. La tarde anterior la afluencia de grupos fue creciente y sobre todo concentrada en dos de los accesos al parque de la Ciutadella, los dos más alejados del Parlamento. Se desalojó el parque y se cerraron las puertas por la noche. Y hasta mañana por la mañana, debió de pensar Felip Puig. De oficio, me parece a mí, todas las alarmas en Interior debían haberse disparado el día antes para proteger el derecho y el deber de acudir al Parlamento a discutir la Ley de Presupuestos. Pero no, por la mañana las puertas de acceso fueron custodiadas por la policía para permitir el paso de los diputados, varios de ellos fueron zarandeados, insultados y acosados pese a la presencia de la policía autonómica, que acabó aconsejando cambiar de ruta o desistir de entrar por ahí.

La coacción de los concentrados contra los diputados es obvia y obviamente reprobable: estaba anunciada ampliamente por ellos mismos. Pero era reprobable en la mañana del miércoles y también el día anterior. La pasividad de Felip Puig no fue desatención o negligencia sino cálculo político astuto e irresponsable: desertó del deber de proteger a los parlamentarios ante la amenaza conocida y yavisible. Pero prefirió no actuar.

El resultado de su inhibición forma parte de la estrategia retadora del personaje: ha dejado actuar a los jóvenes movilizados para justificar ante las cámaras y en horarios de máxima audiencia que la única manera de actuar contra los descontentos, indignados o rebeldes sociales puros es la violencia. Y Artur Mas salió enseguida, en discurso solemne, hablando de violencia callejera y del traspaso inadmisible de las líneas rojas. Lo ha dicho como si no supiese que hay un polvorín social de gente muy cabreada y al borde de la incomprensión, de no saber qué hacer y de tener miedo físico al futuro.

Para demasiados políticos es como si la euforia de sus victorias electorales les hiciese creer que más o menos todo sigue igual y estos enredos no van a desinflar el globo de sus pequeñas victorias, o como si nada demasiado grave estuviese pasando y el movimiento del 15-M fuese una expresión nostálgica del 68 (¡ay, el 68...!) o un residuo menor de la agitación de épocas periclitadas.

Yo creo que se algunos políticos se han olvidado completamente de lo que significa la violencia callejera como reacción explosiva contra el desánimo, el miedo o la sensación de no pintar nada. Cuando los políticos reclaman cordura a los movilizados parecen olvidar que están ahí precisamente para expresar la falta de cordura de obviar sus protestas, de no entender que expresan un malestar de fondo y forma que tiene que ver con la indiferencia de fondo y la tolerancia de forma con que han sido escuchadas y digeridas sus protestas.

Algunos, en nuestras Cámaras de representación política, parecen estar fuera del planeta Tierra; y quizá son demasiados quienes necesitan llamadas tan crudas de atención como la de ayer para comprender que la irritabilidad social, la abstención electoral y el voto en blanco son ingredientes activos del deterioro de la confianza en el sistema y del empobrecimiento contable, material, de las condiciones de vida de muchos ciudadanos (por cierto, entre ellos, muchos, muchos con carrera y estudios universitarios, y no precisamente agitadores profesionales, aunque a este paso vayan a acabar siéndolo).

Artur Mas ha enfatizado la legitimidad de la violencia policial en democracia para preservar la función del Parlamento. Tiene razón: lo que no se comprende es que deba poner énfasis en una obviedad semejante y tampoco se comprende bien si sabe o no sabe que esa declaración es la mejor forma de alimentar una espiral descontrolada de violencia. Las amenazas de su chulo de guardia en Interior y las suyas propias apelando a la legitimidad de la violencia engendrarán indefectiblemente un efecto de violencia mayor en los movilizados.

Tener el monopolio de la violencia obliga a ejercerla con cálculo y previsión, sobre todo cuando se está ya informado de la acción coactiva prevista nada menos que contra parlamentarios. Si no fuese una irresponsabilidad por mi parte, diría que tanta pasiva imprevisión es una estudiadísima desactivación de las razones de los movilizados por la vía de las imágenes televisivas, el humo, las carreras y el acoso (intolerable e inaceptable) a los parlamentarios. O la imagen del caos, como dijo Mas, obviando por completo lo que significan de verdad el caos y la violencia callejera.

Quizá muchos de ellos no han acabado de entender las razones de fondo y forma de una movilización con mayoritario ánimo de regeneración democrática y que precisamente por eso acude a las puertas del Parlamento. De golpe va a resultar que el modo de desactivar al M-15 va a ser convirtiéndolo en agitación revolucionaria de vieja estirpe sin respetar ni entender lo que de veras significa: el rechazo a la debilidad política frente al poder del dinero, la incapacidad para mitigar el alcance social de los recortes y la insensibilidad ante el debilitamiento del Estado social cuando más falta hace. Las porras policiales sueñan con derribar no los toldos, sino las razones de los toldos.

jueves, 16 de junio de 2011

Infiltrados



Infiltrados

Carlos Carnicero
El día de Valladolid, 17 de junio de 2011


Había infiltrados; eso es indiscutible. Me refiero a los graves incidentes delante del Parlament de Catalunya. Hay demasiadas evidencias y varios vídeos que son incuestionables. Pero por si faltaba algo, el polémico conseller de Interior lo ha ratificado hablando de «grupos que practican la guerrilla urbana dentro del 15-M». Tal vez pudiera dar un pasito más el encargado de Interior en la Generalitat e identificarlos, detenerlos y ponerlos a disposición judicial, porque lo que ha dicho parece una tomadura de pelo.

Hay un interés generalizado en desprestigiar las manifestaciones. Vaya por delante que cualquier forma de violencia es absolutamente reprobable, pero por eso adquiere urgencia una identificación de los provocadores.

Hay algunos indicios que señalan a algunos miembros de los Mossos d’Esquadra de paisano como agentes provocadores infiltrados. Si esto se confirmara, sería inevitable la dimisión del conseller de Interior Felipe Puig y muchas explicaciones del president Artur Mas y su aparatosa llegada en helicóptero.

Los antecedentes de la policía autonómica catalana no son precisamente alentadores. La brutal carga policial de la Plaza de Catalunya sin ninguna provocación previa y las posteriores explicaciones del conseller son un antecedente que no se puede ignorar.

Acabar con el movimiento de los «indignados» no es fácil; desprestigiarlo tiene demasiados adeptos y demasiados beneficiarios. Si la Generalitat no tiene interés en conocer a los infiltrados, la sociedad tiene que hacerlo a través de todos los medios legítimos. Y luego, la Justicia tendrá que actuar en consecuencia.

viernes, 3 de junio de 2011

Los violadores de la Historia



Caprichos caros

Juanjo Millás
El País, 3 de junio de 2011

Encargar la biografía de Franco a Luis Suárez es como pedirle a un funcionario alemán la de la E. coli. Las biografías, como las necrológicas, se escriben para hablar bien de uno mismo, ya sea por identificación o desidentificación de la bacteria o personaje biografiados. Por cierto, que Luis Suárez no denomina dictador al generalísimo porque dice que este jamás se refirió a sí mismo con ese término, que es como no llamar bacteria a la bacteria porque ella no se reconoce en esa palabra. Si Franco, en vez de general, hubiera sido una bacteria (en alguna medida lo fue, y enormemente virulenta, pues también tenía algo de virus) habría ordenado que le llamaran bacterísima, o bacteriasísima, no sé, se trata de un superlativo complicadísimo. Es más fácil el de virus: virusísimo. Su excelencia el virusísimo generalísimo Francisco Franco Bahamonde.

El caso es que el célebre Diccionario Biográfico Español ha llegado al mercado con más microbios que una hamburguesa fecal. Si están ustedes vacunados, no dejen de echar un vistazo a las biografías de Azaña, Escrivá de Balaguer, Alfonso Armada o Álvarez Cascos. Y solo citamos hombres porque apenas contiene biografías de mujeres. Calificaríamos la obra de misógina y de extrema derecha si no tuviéramos miedo a que el riguroso historiador Luis Suárez, utilizando una vez más el método científico, nos censurara por aplicar estos calificativos en los que ella no se reconoce. Menos mal que tiene 25 tomos y que cuesta 3.000 euros, precio y tamaño que evitarán la infección en quienes carecen de espacio y dinero para llevársela a casa.

En todo caso, la ventaja de que haya tan pocas mujeres es que nos evitar leer sobre ellas las tonterías que se han escrito sobre algunos hombres. El capricho de la Real Academia de la Historia ha costado al contribuyente seis millones de euros.

sábado, 21 de mayo de 2011

La Junta Electoral teme la libertad




Silencio mudo

Manuel Rivas
El País, 21 de mayo de 2011


Por qué la Junta Electoral ha entendido de este asunto? No se interfiere en la votación. No hay pronunciamientos partidarios. Todo parece dictado para empeorar las cosas. Sol y otras plazas son justamente lugares de reflexión crítica. Todo demócrata debería estar orgulloso de esta pacífica insurgencia, que pide más democracia. Durante años se ha ido construyendo una imagen caricaturesca y despectiva de la juventud española. Una panda estupefaciente, empotrada en el hogar paterno, enganchada a la play station, empachada de comida basura, y sumida en la vulgaridad iletrada. Por otro lado, la realidad de una generación perdida como destino inevitable, en un mundo dominado por el gangsterismo de mercado, qué le vamos a hacer, y donde toda alternativa ha sido borrada del futuro. El sistema no se asocia con el hábitat democrático sino con su usurpación, con una deriva inhóspita, donde el hombre vuelve a ser un lobo para hombre. La marea de mierda que nos invade tiene su descarado origen en una gran estafa internacional, acatada por los gobernantes. Esa estafa ha puesto contra las cuerdas el mercado honesto y las políticas decentes. España, como otros países, es la víctima y no la causa. Hay responsabilidades de Gobierno, pero tal vez no las que le atribuyen. Facilitar el despido, en una medida que los conservadores consideran pacata, ha sido un desastre. Ha arrinconado más a las familias y al consumo de bienes necesarios. Pero, ¿qué alternativa se ha ofrecido? Rajoy, no sus lugartenientes, hizo una campaña inteligente hasta que sucumbió en el infame fotoshop del coso taurino donde se prestó como padrino a la transmigración de almas. Acabó luciéndose: "Nos gustan los chiringuitos". ¡La democracia chiringuito! Entre la incompetencia y la desvergüenza, ¿cómo no desviar la mirada hacia Sol? Levantar la mano contra Sol es suspender las conciencias. ¿Quién teme a la libertad?